El sol comenzaba a ponerse en Milán, tiñendo de naranja los tejados y reflejándose en los charcos que la lluvia de la mañana había dejado en el zoológico. Rose caminaba junto a Lorenzo, admirando cómo los flamencos se agrupaban en círculos perfectos y cómo los monos jugaban entre ellos, ignorando por completo a los visitantes. La tranquilidad del momento contrastaba con la inquietud que se arremolinaba en su pecho: Alessandro seguía ocupando su mente, aunque había intentado dejarlo de lado durante horas.
El sonido estridente de un teléfono rompió la calma. Lorenzo frunció el ceño mientras Rose sacaba su móvil del bolso. La pantalla mostraba un número desconocido, y antes de que pudiera responder, Stefan apareció al otro lado, su voz temblando, rota por las lágrimas.
—Rose… Rose, ¡es Chiara! —gritó Stefan—. ¡La han secuestrado!
El corazón de Rose se detuvo. Sus pies parecieron hundirse en la tierra húmeda del sendero mientras Lorenzo la miraba con alarma.
—¿Qué… qué dices? —balbuceó Ro