Clara dormía profundamente, con sus rizos desordenados sobre la almohada y un unicornio de peluche apretado contra el pecho. El ritmo de los monitores era tranquilo, constante. La sala VIP del hospital estaba en penumbra, iluminada solo por la suave luz que entraba desde el pasillo.
Valeria estaba sentada en una butaca junto a la cama, revisando el historial clínico en su tablet. No había necesidad médica urgente para que estuviera allí… y sin embargo, no se movía. No podía. No quería.
Thiago estaba de pie, apoyado contra la pared, los brazos cruzados. Llevaba más de una hora en silencio, observándola de reojo, como si no supiera si agradecerle o interrogarla.
—¿No tienes una vida fuera de estas paredes, doctora? —preguntó de pronto, con ese tono suyo: seco, irónico, molesto por default.
Valeria levantó la vista, sin inmutarse.
—¿Y tú? ¿No tienes un asistente que te diga que estás empezando a parecer un perchero carísimo con cara de funeral?
Thiago la miró, sorprendido. Luego, algo en