No supe cuántas horas habían pasado desde que nos habíamos dormido. Solo recuerdo que el silencio de la habitación fue interrumpido por un movimiento brusco. Me desperté con el corazón agitado, como si algo en el aire me hubiera avisado que algo no andaba bien.
Alex se revolvía a mi lado, envuelto en una respiración entrecortada, casi dolorosa. Murmuraba palabras sueltas que no alcanzaba a entender. Vi su ceño fruncido, las manos cerradas en puños. Estaba atrapado en una pesadilla. Respiraba entrecortado, como si estuviera corriendo en un lugar lejano.
Me incorporé, medio dormida.
—Alex… —susurré.
Él no respondió.
Tenía el ceño fruncido, el pecho agitado, las manos cerradas en puños contra la sábana. Se giró con brusquedad, como si luchara con algo invisible.
—Alex —susurré, apoyando mi mano en su brazo—. Despierta, soy yo.
Tardó en abrir los ojos. Cuando lo hizo, me miró sin verme realmente. Estaba empapado en sudor y su respiración seguía temblorosa. Se sentó al borde de la cama, ll