El roce de sus labios aún ardía en mi boca cuando lo vi alejarse, con esa calma elegante que lo caracterizaba. Alex había inclinado apenas su rostro, había rozado mi mejilla primero y luego, con una ternura que me desarmó, me besó suavemente en los labios. No fue un beso largo, sino de esos que dicen más de lo que las palabras alcanzan a expresar.
—Tómate tu tiempo —susurró con esa voz grave que me erizaba la piel—. Te recojo a las ocho y media. Te quiero.
Las últimas dos palabras me dejaron temblando. Apenas si pude responder con una sonrisa torpe y un “yo también”, antes de verlo perderse entre la gente del vestíbulo del hotel. Entré al ascensor con las piernas un poco flojas, como si todo mi cuerpo no supiera reaccionar ante la certeza de que Alex había comenzado a derribar todos sus muros.
Al llegar a mi habitación, solté un suspiro tan largo que pensé que se me escapaba el alma. Dejé mi bolso sobre la cama y me apoyé en la puerta, aún saboreando aquel beso. Todo en mí vibraba: la