Dentro de la ambulancia, Bruno intentaba mantenerse sereno. El dolor en el pecho le ardía, pero no era nada comparado con la confusión que lo invadía en el corazón.
—¿Lena? —Su voz sonó áspera, como si tuviera cristales rotos atascados en la garganta. Se aferró con fuerza al brazo del paramédico, haciendo que el joven soltara un gruñido—. ¿Dónde está ella?
El paramédico intercambió una mirada rápida con su compañera antes de responder con cautela.
—Señor, por favor, intente relajarse —dijo, manteniendo la voz firme pero calmada—. La señorita fue trasladada en otra unidad. El otro herido está más grave que usted, y ella insistió en acompañarlo. Ahora, respire profundo y tranquilizase —añadió, mientras ajustaba la vía intravenosa, esquivó con destreza el agarre desesperado de Bruno, impidiendo que se arrancara la aguja.
Bruno apretó los puños. ¿Quién será el otro herido para ella? ¿Por qué se fue con él y no conmigo que soy su esposo? Los celos le nublaron el juicio, y trató de incorpor