Gema regresaba agotada de su guardia nocturna. Mientras introducía la llave en la cerradura, una voz áspera y sedosa que reconoció al instante, la paralizó en el acto.
—Señorita Gema.
El aire escapó de sus pulmones en un suspiro brusco. Forzó sus músculos fatigados a girarse para encontrarse con el hombre que el día anterior, había sembrado en ella una tempestad de dudas y una confusión que permanecía aún en su cabeza. Allí estaba Pavel, apoyado contra la pared. vestido como siempre, con una camisa blanca que parecía desafiar la penumbra del pasillo.
—¿Qué… qué haces aquí? —logró articular, con un hilo de voz que delataba cada minuto de su agotamiento—. ¿Eres consciente de que me acabas de asustar? Estoy demasiado cansada para recibir visitas.
Él, extendió el brazo para mostrarle una bolsa de papel de la que emanaba un aroma a comida recién hecha. Con seriedad explicó.
—Traje desayuno. Supuse que saldrías con hambre.
—Pavel, no quiero sonar grosera, pero lo único que mi cuerpo y mi me