En el carro reinaba el silencio. Lena miraba por la ventanilla cómo el paisaje de la vida nocturna desaparecía bajo las luces tenues de las calles.
La emoción brillaba en la mirada de Lena. La tormenta había pasado, dejando en sus ojos la tranquilidad de un océano en calma. Sobre la consola, sus dedos permanecían entrelazados con los de Bruno, quien cada minuto se llevaba su mano a los labios y depositaba sobre sus nudillos un beso suave.
De repente, el teléfono de Bruno vibró con un zumbido conocido.
—Disculpa —murmuró él, soltándole la mano para desbloquear la pantalla del teléfono móvil. Una sonrisa inmediata iluminó su rostro al ver un mensaje de chat de su tía—. Es tía Florencia. O más bien mi pequeña mensajera, es la única que me deja nota de voz.
Presionó para reproducir el mensaje y, de inmediato, el auto se llenó con una voz angelical, era un poco apresurada y dulce.
“Papi, entonces nos vemos por la mañana. Le rogué a mi tía para que me prestara el teléfono. Ya no estoy trist