Él se acercó un poco más. Ella pudo identificar el aroma de su colonia: una mezcla de limón endulzado con miel y madera. Soltó un largo suspiro para que no la afectara, pero no podía negar que era delicioso.
—Me preguntaste si éramos novios. Esto es real, Gema —explicó, con voz grave y serena—. Yo sí tengo claro lo que quiero de ti, doctora. Y, analizando nuestros encuentros, puedo confesarte que me gustas mucho.
Ella entrecerró los ojos, estudiándolo con recelo. Podía ver su aura llena de arrogancia y rudeza, pero ahora también detectaba algo más: una sinceridad perturbadora que no encajaba con la imagen que tenía de él. Incómoda, se levantó con los hombros encorvados, como si intentara protegerse de sus palabras.
—¿Te gusta el pescado? —preguntó él de la nada, cruzando los brazos sobre el pecho con tranquilidad.
Un escalofrío recorrió la espalda de Gema. Mentalmente, inquirió. "¿Cómo puede cambiar de tema tan fácilmente después de una confesión así? ¿Acaso todo esto es un juego para