Pavel siguió su cuerpo tambaleante, detrás de ella, sacó de su cartera una tarjeta bancaria y se la extendió al barman con un gesto serio.
—Cóbrame todas sus bebidas. Es mi novia y me la llevo.
Gema, al oírlo, le lanzó una mirada tosca y con una sonrisa burbujeante, balbució.
—¡De mentira! Es mi novio... de mentira.
El barman, incómodo, tomó la tarjeta, pasó el cargo y se la devolvió a Pavel unos segundos después. Gema, al ver que no le servían su trago, gritó frustrada:
—¡Y mi bebida! ¡Quiero más tragos!
Pavel sin responder. La tomó con firmeza por los hombros y, a pesar de sus protestas y forcejeos, la arrastró hacia la salida. Cruzó la calle hacia donde había estacionado su auto. Abrió la puerta del acompañante y, casi con un solo movimiento, la montó a la fuerza dentro del vehículo.
Gema, exhausta de protestar con Pavel, recostó la cabeza en el asiento y cerró los ojos. El suave vaivén del carro en marcha hizo que se quedara profundamente dormida, ajena a la mirada exasperada y pr