Esta mañana me levanté muy temprano, con la firme intención de pasar todo el día con Madeleine. Era el día previo a nuestra partida, y aunque intentaba mantenerme sereno, la tensión se sentía en el aire. La situación con mi primo no podía postergarse más. Teníamos que comenzar la cacería, capturarlo y acabar de una vez con la amenaza que representaba para todos.
Me removí entre las sábanas, buscando el calor de mi esposa, pero me llevé una gran sorpresa al ver que no estaba.
¿Adónde habrá ido tan temprano?
Pensé que podíamos pasar el día juntos… porque cuando uno emprende una misión tan peligrosa como esta, nunca se sabe si tendrá la fortuna de volver a casa.
Me di una buena ducha, intentando despejar la inquietud que me calaba el pecho, y luego bajé al comedor para encontrarme con los demás. Pero Madeleine no estaba allí.
—Buenos días —saludé con cordialidad, aunque con el ceño ligeramente fruncido.
—Buenos días, bello durmiente —contestó Leo con su habitual tono sarcástico.
—¿Alguie