El aire abandonó los pulmones de Chloe.
Thomas permanecía en el umbral de la puerta, su silueta imponente recortada contra la luz del corredor. Sus ojos de hielo barrieron la escena con una calma evaluativa que era mil veces más aterradora que la furia. Vió el caos y, luego, su mirada se posó sobre ella.
El corazón de Chloe martilleaba contra sus costillas, un pájaro frenético en una jaula a punto de romperse. Estaba atrapada. Su plan, su vida, todo estaba a punto de desmoronarse.
—Chloe... —la voz de Thomas era suave, casi curiosa. No había ira. No había acusación. Solo una quietud que la heló hasta los huesos—. ¿Qué estás haciendo?
La mente de Chloe se fracturó y se recompuso en una fracción de segundo. El pánico era real, pero la actriz que había construido tomó el control. Necesitaba fingir y una justificación para esa locura.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. No fue difícil. Eran lágrimas de terror, de rabia, de una desesperación muy real.
—¡No lo encuentro! —su voz se quebró, un