—¡No, señor! —respondió con firmeza el investigador al otro lado de la línea—. He revisado todo con cuidado. Ella solo baila ahí, nada más. No está involucrada en nada turbio. Su situación es diferente... su hijo está enfermo, y ella lo hace únicamente por necesidad. Necesita el dinero para mantenerlo con vida.
El hombre apretó el auricular con fuerza, sus labios temblaron un instante antes de soltar un suspiro cargado de dolor.
—¿Dónde está? —preguntó, su voz más grave, más pesada.
—En Ciudad Blanca.
Hubo un silencio largo, como si el peso de esa ciudad, de ese nombre, arrastrara recuerdos enterrados en lo más profundo de su pecho. Finalmente, respondió con un tono resuelto, aunque sus ojos se humedecían.
—Está bien... iré yo mismo a buscarla.
Colgó la llamada, pero sus manos no dejaron de temblar. Su corazón latía con una fuerza desbocada, como si quisiera salirse del pecho.
Cerró los ojos un momento, dejando que la imagen de ella volviera, clara como siempre: Viena. Su Viena.
Su ri