Cuando Javier fue a dormir, encontró a los bebés ya descansando en sus cunas, sus pequeños cuerpos idénticos envueltos en suaves mantas.
Miró a sus gemelas, que respiraban con la tranquilidad de la inocencia, y luego se detuvo un momento ante el pequeño bebé, que parecía tan vulnerable y perfecto.
Una oleada de amor y ternura lo invadió, y decidió dejarlos dormir, sintiéndose agradecido por la bendición que representaban en su vida.
Después de contemplar a sus hijos, Javier se dirigió a la habitación de Paula. No quería molestarlo, ya que ella aún no le permitía dormir a su lado.
La distancia que había crecido entre ellos era palpable, pero su corazón anhelaba la cercanía de su esposa.
Al entrar, se encontró con una escena que lo dejó helado:
Paula estaba sentada en la esquina de la cama, con la mirada perdida en el vacío, como si estuviera atrapada en sus propios pensamientos oscuros.
—¿Paula? —preguntó, su voz apenas un susurro, temiendo romper la atmósfera de melancolía que la rodea