Cuando Paula volteó hacia atrás, el mundo pareció detenerse por un instante.
Allí, en medio del humo y del caos, vio a Javier desplomarse, llevándose la mano al brazo ensangrentado. La bala lo había alcanzado.
—¡Javier! —su grito desgarró el aire, cargado de desesperación.
Él, con los labios tensos por el dolor, apenas alcanzó a susurrar:
—¡Escapa, Paula! ¡Corre!
Pero ella no podía dejarlo.
El asesino, con los ojos encendidos de odio, volvió a apuntar su arma directamente hacia ella.
El frío del cañón parecía clavarse en su pecho incluso antes de disparar. Paula sintió que todo acababa, que la muerte ya la tenía tomada de la mano.
Sin embargo, en un acto instintivo y desesperado, Javier, herido como estaba, logró desviar el disparo con un movimiento brusco, arriesgando su propia vida.
Un estruendo nuevo resonó en el aire: un segundo disparo, seco, definitivo.
El agresor cayó hacia atrás, con los ojos desorbitados, antes de desplomarse inerte en el suelo.
Paula giró, incrédula, y vio al