—¡¿Cómo te atreves?! ¡Eso nunca pasará! —gritó Alicia, su voz temblaba de ira, y al mismo tiempo, de miedo. Sus ojos brillaban con un fuego casi desquiciado, como si defendiera su última carta en la vida.
Los ojos de Javier se volvieron severos, duros como el acero. Ya no había en ellos rastros de compasión ni dudas, solo determinación.
—Bien —respondió con voz grave—, entonces nos veremos en los tribunales.
El rostro de Alicia se torció con un gesto cruel, sus labios temblaron y de pronto lanzó una amenaza que heló la sangre en el aire:
—Te advierto que, antes de que hagas eso, sufrirás las consecuencias. Si tu propio hijo muere… no me acuses por ello.
Paula sintió que el corazón se le detenía, el aire escapó de sus pulmones como si alguien la hubiese golpeado en el pecho. Miró a Javier, que permanecía inmóvil, petrificado por la vileza de esas palabras. Alicia salió dando un portazo, dejando tras de sí una atmósfera cargada de oscuridad, como si la habitación se hubiera llenado de v