Javier le entregó una pequeña memoria USB. Su rostro estaba serio, sus ojos, oscuros y cargados de un peso que Paula no lograba descifrar.
—Es la copia del video —dijo con voz firme, aunque un leve temblor lo traicionó—. Úsalo… es tu oportunidad de recuperar lo que es tuyo.
Ella asintió en silencio, sujetando con fuerza aquel diminuto objeto como si llevara en sus manos todo su destino.
Estaba a punto de hablar, de agradecerle o de reprocharle tantas cosas, cuando un estruendo interrumpió el momento.
Un ruido terrible, seco, como un crujido monstruoso, recorrió toda la casa.
Paula giró la cabeza y, en cuestión de segundos, un calor abrasador los envolvió.
Llamas surgían desde las paredes, como si el fuego hubiera estado esperando escondido para devorarlo todo.
—¡Dios mío! —exclamó ella con un grito quebrado—. ¡Es una trampa!
Sus ojos se abrieron desorbitados, la memoria USB temblaba entre sus dedos. Miró a Javier con miedo, con rabia, con la duda clavada en el pecho.
—¿Me vas a matar,