La noche había caído sobre la mansión como un velo oscuro y pesado.
Afuera, la lluvia apenas chisporroteaba sobre el empedrado, como si el cielo también llorara con Alicia.
Con su bebé apretado contra el pecho, caminaba con pasos temblorosos, pero su mirada ardía con un fuego imposible de apagar. Las lágrimas caían sin control, pero eran lágrimas de rabia, no de debilidad.
A su lado, Felicia estaba tan rígida como una llama incandescente. Su odio era puro veneno, y cada palabra que pronunciaba escupía resentimiento.
—Si ella cree que ha ganado —sentenció con voz gélida—, ¡está equivocada! La guerra apenas comienza.
Alicia sollozó, acariciando el cabello suave de su bebé, y ambas mujeres subieron a un taxi, perdiéndose entre las luces de la ciudad.
Pero mientras el vehículo se alejaba, sus corazones quedaban atados a una única promesa: venganza.
***
Dentro de la mansión, Paula se encontraba frente a Javier. La tensión entre ambos podía palparse, como si el aire mismo se hubiese vuelto d