Pasaron tres días desde aquel intento de asesinato que casi le costó la vida a Javier.
Paula no se había separado de la cama del hombre que amaba.
Sus ojos lo buscaban cada instante, su mano permanecía sobre la suya, temblando por la preocupación y el miedo.
Javier había despertado, pero aún no podía hablar; sin embargo, cuando sus ojos se encontraron con los de Paula, ella supo que, al menos, estaba vivo.
Ese simple gesto le transmitió una mezcla de alivio y angustia que la hizo contener las lágrimas apenas un instante.
Fue entonces que su teléfono sonó. Era un número desconocido. Paula salió, la brisa, golpeándole el rostro mientras respondía.
—¿Sí? —dijo, con una mezcla de recelo y curiosidad.
—Soy Alicia —dijo la voz al otro lado, fría y serena, pero con un dejo de ansiedad.
Paula frunció el ceño, sorprendida.
—¿Qué quieres? —preguntó, manteniendo la guardia alta.
—¿De verdad mi madre mató a Javier? —La voz de Alicia sonaba temblorosa, llena de incredulidad.
Paula contuvo el impul