Mundo ficciónIniciar sesiónNarrado por Myra
No sé cuánto tiempo me quedo allí, arrodillada en medio de la carretera, mirando a esa mujer con mi rostro.
Puede que unos segundos. Puede que está temblando desde hace años. Mi cuerpo no responde. Mi mente tampoco.Ella sí se mueve.
Da dos pasos hacia mí, despacio, con una seguridad que me asfixia. Cada movimiento suyo tiene algo… inhumano. Como si no pisara la tierra, sino algo que no alcanzo a ver.
—Te pregunté tu nombre —dice lentamente—. ¿No vas a responderme?
Trago saliva. Me siento como una presa acorralada.
—Me llamo… Myra —logro decir, aunque mi voz suena distante, quebrada.
La mujer sonríe. Es una sonrisa hermosa, pero hay algo monstruoso en ella, algo que me hace retroceder arrastrándome en el suelo.
—Myra —repite, saboreando las palabras—. Así que ese es el nombre que eligieron para ti.
¿Qué…?
—¿Quién eres? —pregunto, el terror rompiéndome la garganta.
Ella inclina la cabeza, como si estuviera analizando mis miedos uno por uno, disfrutándolos.
—Eres perfecta para mi plan.
Mi piel se eriza como nunca antes.
El hombre que venía con ella se acerca, pero la mujer levanta la mano, deteniéndolo sin siquiera mirarlo.
—No te acerques —ordena con una autoridad que hace vibrar el aire.
El hombre se queda inmóvil. Obediente. Como si esa mujer fuera su dueña.
No.
No es normal. Nada es normal.Todo mi cuerpo entra en pánico.
Corro.Me levanto de golpe y echo a correr hacia el bosque, hacia la oscuridad, hacia cualquier lugar que no sea donde ella está.
Escucho a alguien llamarme detrás.
No miro. No quiero ver.Solo corro.
Mis piernas flaquean, mi respiración duele, pero no me detengo. Ni siquiera cuando una rama me rasga el brazo. Ni cuando tropiezo. Ni cuando siento el sabor metálico del miedo subiéndome por la garganta.La carretera desaparece.
La ciudad desaparece.Solo estoy yo… y el bosque.
Y entonces lo veo.
El muro.
El muro prohibido.
El muro del que todos hablan. El muro que divide a los humanos… de los hombres lobo.Está allí, imponente, enorme, cubierto de sombras y hojas secas. Sus piedras parecen respirarme encima, como si supieran que no pertenezco a ese lugar.
Me acerco con pasos torpes. El aire cambia. Huele distinto. Más profundo. Más antiguo.
Algo en mi interior —algo que no es mío— parece despertar.
Mi lunar arde.
Mi marca de nacimiento
De nuevo.
Como en mis sueños. Como si alguien me estuviera llamando.Doy un paso más.
El muro parece… reaccionar. Como si me reconociera.Un tirón violento me jala hacia adelante.
Como si una mano invisible me quisiera ARRANCAR del mundo humano.—¡No! —grito, y retrocedo tambaleando.
El tirón se detiene.
Pero el ardor en mi espalda sigue. Como si algo dentro del muro me llamara por mi verdadero nombre.Salgo corriendo en dirección contraria, aterrada.
No sé cuánto corro.
No sé cuánto lloro. Solo sé que, al volver a casa, mi hermana sigue enferma… y yo estoy más perdida que nunca.Al amanecer, llevo a Evelyn al baño, le preparo avena, le pongo una manta sobre las piernas. Todo mientras mi cabeza late con la imagen de esa mujer idéntica a mí.
No quiero pensar.
No puedo. Si lo hago, me desmorono.Tengo que ir al hospital. Necesito dinero para la próxima diálisis. Necesito mi trabajo. Necesito fingir que mi vida no se está viniendo abajo.
Pero cuando llego… todo empeora.
Dos policías están esperándome en la entrada.
—¿Myra Hayes? —pregunta uno.
Mi corazón cae al suelo.
—Sí…
—Está bajo arresto por agresión física contra el Dr. Nathan Clarke.
—¡No! Él… él intentó abusar de mí… yo solo me defendí… ¡Él me tocó!
Los policías se miran con aburrimiento.
—Señorita, cualquier cosa que diga podrá usarse en su contra.
—¡No estoy mintiendo! ¡Él intentó besarme a la fuerza, me atrapó contra el escritorio…!
—Eso no es lo que dice su declaración —me interrumpe el otro—. Dice que usted lo atacó sin motivo.
Mi mundo se detiene.
Nathan.
Maldito cobarde. Sonrío con ironía rota.—¿De verdad le creen a él… y no a mí?
—Él es médico. Y usted ya tiene antecedentes de altercados.
—¡Solo tengo el reporte de cuando defendí a una paciente! —suplico—. No hice nada malo. ¡Solo quiero ir a trabajar!
—Lo discutirá en la comisaría.
Siento las esposas frías en mis muñecas.
La vergüenza. El miedo. La ira. Todo me golpea al mismo tiempo.Mientras me empujan hacia la patrulla, lo único que pienso es en mi hermana.
En lo que pasará con ella si yo no vuelvo.Vamos de camino a la estación pero no llegamos.
Un auto negro nos embiste por un costado.
La patrulla da un giro brusco y se estrella contra un árbol. Los policías quedan inconscientes.Yo me arrastro fuera del auto, mareada, con las muñecas sangrándome por las esposas.
Unos tacones se detienen frente a mí.
Levanto la vista.
Ella.
Otra vez. Exactamente igual a mí.Se quita las gafas.
Se quita la peluca. Y su rostro vuelve a ser el mismo que vi anoche.Mi reflejo.
Mi sombra. Mi gemela desconocida.—Te dije que necesitaba hablar contigo, Myra —dice con calma insoportable—. No deberías haber huido.
—¡¿Quién demonios eres?! —grito con la poca voz que me queda.
Ella sonríe.
Y su sonrisa es hermosa. Letal.—Soy Selara —responde—. La Luna del Alfa Rey de los hombres lobo.
Me río. No porque sea gracioso, sino porque si no río, me rompo.
—Claro. Y yo soy la Reina de Inglaterra.
Sus ojos cambian.
Se vuelven más claros. Más plateados. Y justo ahí… justo frente a mí… Selara se transforma.Su piel vibra, sus pupilas se contraen, sus dientes se afilan ligeramente, como si su rostro humano fuera solo un disfraz temporal.
No es una transformación completa.
Pero es suficiente para helarme la sangre.Retrocedo de inmediato, chocando contra la patrulla.
—¿Ahora sí me crees? —susurra.
No puedo hablar.
No puedo moverme. No puedo siquiera respirar.Selara se agacha a mi altura y me mira a los ojos.
—Te vi, Myra. Te vi huir. Te vi sufrir. Sé todo sobre ti.
Tu hermana enferma. Tu novio ladrón. Tu jefe acosador. Tu vida destruida. Tus sueños rotos. Tu miedo a quedarte sola.Me tiemblan los labios.
—¿Cómo… cómo sabes eso?
—Porque yo sé todo, soy una buena investigadora cuando algo me interesa.
—¿Qué…?
—Te necesito, Myra —susurra—. Y tú me necesitas aún más.
No, no la necesito.
No necesito nada suyo.Pero entonces, como para demostrar su poder, Selara camina hacia el hospital.
La sigo, temblando, sin poder creer lo que veo.
Nathan está solo en el estacionamiento revisando su auto.
Selara camina hacia él. Él me confunde con ella.—Myra… —dice con una sonrisa asquerosa—. Pensé que habíamos terminado mal…
Selara lo mira.
Y algo en sus ojos cambia. Un brillo metálico. Hipnótico.—Llámala —ordena—. Retira la denuncia. Ahora.
El médico obedece.
Como un títere.—Y luego —continúa— vas a subir a tu auto, conducir hasta el río… y lanzarte sin mirar atrás.
—Sí… Luna —murmura él, sin voluntad propia.
Luna.
¿Qué… qué dijo?Me vuelvo hacia Selara horrorizada.
—¿Qué… qué le hiciste?
—Te hice un favor, estúpida.
Me lleva del brazo. No puedo soltarme.
—Ahora te toca decidir —dice Selara con frialdad dulce—.
Puedo salvar a tu hermana. Puedo darte dinero. Puedo darte una vida nueva. Solo tienes que fingir ser yo… por unos meses.Sacudo la cabeza desesperada.
—¡No! ¡Estás enferma! ¡Aléjate de mí!
Corro.
Escapo. Vuelvo a casa sin saber cómo. Los hombres lobos son unos monstruos, tal y como lo dicen los humanos.






