Mundo ficciónIniciar sesiónNarrado por Myra
No dormí.
No pude.No podía pensar en otra cosa que no fuera la tal Selara. Su propuesta me dejó helada.
Abro la puerta de la alacena y veo la cruda realidad:
tres sobres de sopa instantánea. Dos panes viejos. Media botella de agua.Es todo lo que nos queda.
La electricidad podría cortarse en cualquier momento. Y la próxima diálisis de mi hermana vence hoy.Me llevo las manos a la cara, tratando de no llorar.
Si lloro, me rompo. Y si me rompo… Evelyn se muere.Cuando vuelvo al cuarto, ella intenta sentarse, pero el dolor la hace gemir suave.
—Mi hermana… —susurra con una sonrisa que no merece tener que fingir—. ¿Dormiste bien?
No puedo decirle que estoy destrozada, que no tengo dinero, que no tengo futuro.
No puedo cargarla con eso. Así que sonrío y miento:—Un poco. ¿Tienes hambre?
—Estoy bien —dice, pero sus labios tiemblan.
Le doy un beso en la frente y salgo a la sala para no llorar frente a ella.
Mi celular vibra en la mesa. Un mensaje, una notificación de noticias.Lo abro sin pensar.
Y mi corazón se paraliza.
“Médico del Hospital Central muere tras conducir su auto al río. Testigos afirman que alguien lo obligó.”
Mi piel se eriza.
Mis manos tiemblan. Una ola de náuseas sube por mi garganta.—No… no, no, no… —murmuro, sin poder apartar la vista del teléfono.
La noticia sigue.
“Horas antes del incidente, una mujer discutió fuertemente con la víctima.”
“Autoridades investigan a Myra Hayes como principal sospechosa.”Mi visión se nubla.
Siento que el piso desaparece bajo mis pies.Selara.
Ella lo obligó. Ella mató al doctor. Ella usó MI rostro.Y ahora…
la asesina soy yo.—No… por favor… —mi voz se quiebra en un sollozo desesperado—. No puede estar pasando…
Golpean la puerta.
Muy fuerte. Demasiado fuerte.—¡Policía! ¡Abra la puerta!
Un chillido se ahoga en mi garganta.
—¡Myra Hayes! ¡Abra de inmediato! ¡Está bajo arresto por homicidio!
Mi hermana sale tambaleando de su cuarto.
—¿Qué pasa? ¿Quién es?
—No te preocupes, hermana —digo entre lágrimas—. No abras. Yo… yo lo resolveré.
Pero no tengo cómo resolver nada.
Mi vida está terminada.—¡Abra la puerta o la derribamos!
La madera tiembla.
Evelyn me toma la mano.
—Myra… no dejes que te lastimen.
—No voy a dejarte sola. Te lo juro.
Pero la policía no espera juramentos.
La puerta cae de un golpe brutal.Me agarran de los brazos, me arrastran fuera.
Mi hermana grita mi nombre, impotente, llorando. Los vecinos miran desde sus ventanas como si yo fuera una criminal.—¡Soy inocente! —grito, desesperada—. ¡No lo maté! ¡No lo maté!
—Cállate —ordenan—. Tenemos pruebas.
En la patrulla, me muestran un video.
Mi sangre se congela.Soy yo.
Soy yo “amenazando” al doctor. Soy yo empujándolo hacia su auto. Soy yo diciendo:“Si no retiras la denuncia… vas a pagar.”Pero yo nunca dije eso.
Yo nunca usé esas palabras.Esa no soy yo.
Es Selara. Con mi cara. Con mi voz. Imitando mis movimientos a la perfección.Mi corazón se rompe en mil pedazos.
—¡Esa no soy yo! ¡Esa no soy yo! —grito—. ¡Fue ella! ¡Hay otra mujer igual a mí!
El policía suelta una risa incrédula.
—Claro, sí, cómo no. Una doble malvada. Eso cuéntaselo al juez.
Me llevan a la celda.
Huele a sudor, metal, y resignación. Me lanzan dentro sin compasión.Cuando la reja se cierra, mi alma se siente como si también hubiera sido encerrada.
Me hundo en la esquina, llorando sin poder parar.
No tengo abogado.
No tengo dinero. No tengo familia. No tengo cómo demostrar nada.Y mi hermana…
mi dulce Evelyn… morirá sola mientras yo paso el resto de mis días en prisión por un crimen cometido por una mujer que ni siquiera es humana.Me abrazo las rodillas y dejo que las lágrimas me inunden todo.
—No puedo… no puedo más… —susurro.
La luz tenue del pasillo parpadea.
Y entonces… la oscuridad detrás de la celda se mueve.—No sabía que llorabas tanto —dice una voz suave. Demasiado suave.
Levanto la vista.
El corazón se me detiene.Selara está frente a los barrotes.
Con una peluca rubia. Lentes oscuros. Un abrigo caro. Y esa sonrisa suya que parece tallada por el mismo diablo.—¿Qué… qué haces aquí? —tartamudeo.
—Salvarte, por supuesto —responde, como si fuera lo más obvio del mundo—. Aunque deberías darme las gracias… yo te advertí que no huyeras.
Me abrazo más fuerte.
—Tú… tú mataste al doctor.
Usaste mi cara… tú… ¡Tú arruinaste mi vida!Selara se ríe.
Una risa hermosa, fría, y sin alma.—Oh, Myra… tu vida ya estaba arruinada mucho antes de que yo apareciera.
Mis manos tiemblan.
Quiero atacarla, pero no tengo fuerza… ni libertad.—¿Qué quieres de mí? —susurro.
Ella se acerca a los barrotes hasta que puedo ver sus ojos plateados de cerca.
—Una sola cosa —dice con voz firme—.
Que finjas ser yo. Por noventa días. Nada más.—No voy a ayudarte —escupo entre lágrimas—. ¡Nunca!
Su expresión cambia.
Se vuelve peligrosa. Seria. Casi letal.—Tienes dos opciones, Myra —dice—.
Aceptas mi trato… o pasas el resto de tu vida en esta celda mugrosa. Mientras tu hermana muere sin ti.Mi corazón se parte.
Porque sé que dice la verdad. No tengo nada. No tengo salida. No tengo poder.—Yo puedo sacarte —continúa—. Yo puedo liberar los cargos. Yo puedo curar a tu hermana.
Yo puedo cambiar tu destino. Pero debes darme algo a cambio.—¿Qué? —susurro, temblando.
Selara sonríe como un animal satisfecho.
—Tu vida.
Durante noventa días. Serás yo. Serás la Luna del Alfa Rey. Serás su esposa.Siento que el mundo se derrumba bajo mis pies.
—Yo… yo solo quiero salvar a mi hermana…
—Y yo te estoy dando esa oportunidad —responde, como si fuera generosa—. ¿Te parece justo?
Me cubro la boca con una mano, ahogando un sollozo.
No tengo opción.
No tengo libertad. No tengo futuro.Solo tengo un trato.
Un trato con un monstruo. Un trato que me obligará a convertirme en alguien que no soy.—Acepto… —susurro, casi sin voz—. Acepto tu trato.







