El silencio de la noche fue roto por un estruendo metálico. Desde su habitación, Eliana escuchó los primeros gritos y el repicar de las campanas que anunciaban peligro. Corrió hacia la ventana: en las murallas, destellos de luz verde se estrellaban contra las piedras, seguidos de explosiones que sacudían el suelo.
Las hadas habían llegado.
El corazón de Eliana se aceleró. Nunca había visto un ataque de esa magnitud. Criaturas aladas descendían en oleadas, sus lanzas brillaban como relámpagos, y sus cánticos de guerra resonaban con un poder que erizaba la piel.
La puerta de su habitación se abrió de golpe. Lucien apareció, con el rostro sombrío.
—¡Ven conmigo! —ordenó.
Eliana lo siguió por pasillos iluminados por el resplandor de las explosiones. El castillo entero temblaba como si estuviera vivo y a punto de derrumbarse. A lo lejos, escuchó rugidos de vampiros transformándose en bestias para luchar.
—¿Qué quieren? —preguntó, jadeando mientras corrían.
Lucien no la miró.
—A ti, probab