SILVANO DE SANTIS
La herida ya no dolía.
Era más un recuerdo que una punzada. Algo latente, sí, pero soportable.
El verdadero alivio, sin embargo, no estaba en mi abdomen.
Estaba ahí.
De pie, a solo un metro de mí.
Rodeada de los suyos.
Anny reía con la cabeza hacia atrás, y su abrazo con Agus —su hermano— aún me retumbaba en el pecho.
Había algo en él, en su forma de sostenerla, de llamarla “enana” sin que sonara a burla, en su mirada protectora y divertida… que me dejó claro algo desde el primer instante:
No bastaba con que ella me amara.
Tenía que ganarme a su clan.
Lucy y Marie giraban a su alrededor como satélites.
Yo no entendía cómo podían tener tanta energía después de una tarde de entrenamiento.
De verdad amé verlos entrenar como familia.
Mi pequeña princesa es una verdadera fiera.
Addy las observaba desde la cocina con esa mezcla de ternura y autoridad tan propia de las hermanas mayores.
Y yo...
Yo solo podía observarla.
A ella.
Con el cabello suelto.
Con los oj