ADELINNE DE FILIPPI
—No, dile que no autoricé ningún movimiento de fondos de ese tipo —dije por teléfono, firmando al mismo tiempo una orden de pago mientras la pantalla del computador mostraba tres reportes diferentes—. Que lo corrija y me lo envíe de nuevo. Gracias.
Colgué y suspiré. El ritmo de trabajo se había duplicado desde que Silvano estaba fuera por la herida. Paolo hacía lo posible por cubrirlo, y lo hacía bien, pero la diferencia se notaba. El caos acechaba en cada esquina, y yo estaba dispuesta a sostenerlo todo con mis propias manos si era necesario.
Un golpe en la puerta me sacó del trance.
—¿Sí? —levanté la vista.
Paolo entró, serio. Su camisa estaba arrugada, su corbata mal puesta. Tenía cara de haber dormido poco.
—Tenemos un problema —dijo sin rodeos, cerrando la puerta detrás de él—. El proyecto Corvinia Tech, el que Lucien está a punto de adquirir… Matteo Russo se metió.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo que se metió?
—Hizo una oferta encubierta a uno de los socios menores, s