AUGUSTO DE FILIPPI
La pelota rebotaba en el suelo con fuerza. Una, dos, tres veces. Cada bote, una forma de calmar el caos que tenía en la cabeza.
Estaba en la cancha de casa, bajo el cielo anaranjado del atardecer. El aire olía a galletas —mamá y tía Ara estaban horneando otra vez—, pero yo no podía pensar en dulces. Tenía la cabeza hecha un lío.
Volví a encestar. No sabía cuántos tiros llevaba. Treinta, quizás cuarenta. Todos iguales, todos con la misma tensión acumulada en los hombros.
—No puedes ser un animal, tienes que ser gentil… suave… dulce…
—Una primera vez trae consecuencias, como un embarazo…
—Hacer el amor es hermoso, pero solo si estás preparado…
Las palabras de Addy me taladraban el cerebro.
Quería estar con Lucy. La deseaba. La amaba.
Y ahí estaba el problema: la amaba tanto que lo último que quería era lastimarla.
Apretaba los dientes cada vez que me acordaba de su respiración agitada, de cómo se sonrojaba cuando nuestros labios se encontraban, de cómo temblaba cuando