ADELINE DE FILIPPI
Ya tenía todo empacado. Me había demorado más de lo normal… La verdad, no quería irme. Quería quedarme entre las galletas de mamá, las travesuras de mis hermanos, los bufidos de papi cada vez que me encontraba dándole un beso a Lucien. Pero ¿qué podía hacer? No podía mantenerme lejos de Lucien. Lo necesitaba tanto como papá necesitaba a mamá, y tanto como vi que Agus necesitaba a Lucy.
Iba entrando a la habitación de Lucy cuando encontré a mi hermano besándola. Y no era un beso de niños, era un beso apasionado.
—¡Augusto!
El color del rostro de mi hermano se drenó por completo.
—Addy… yo…
—¿Yo qué? ¿Le estabas haciendo reanimación boca a boca a Lucy?
Las mejillas de mi pequeña cuñada estaban tan rojas como un tomate.
—La misma que te hace Lucien, hermana —respondió Agus.
—Es diferente. Uno: ustedes son pequeños. Y dos: viven en casa de papá. ¿Quieres que tío Lucca te cuelgue de los pies?
—Él lo sabe. Tengo su aprobación.
—No creo que apruebe que estés solo en la ha