SILVANO DE SANTIS
El hospital olía a desinfectante y traía recuerdos que preferiría enterrar. Me incorporé en la cama con un suspiro, sintiendo el ardor leve del rasguño en el hombro. No era nada, Bastien tenía razón, si hubiera querido, fácilmente hoy hubiera podido borrarme del mapa, estaba en sus manos, pero no lo hizo, solo me dejó un rasguño.
A mi derecha, Anny dormía. Su respiración era lenta, tranquila, como si todo hubiese sido solo una pesadilla. Pero yo sabía la verdad. Bastien me había puesto a prueba… y yo la había aprobado. Aunque el miedo seguía en mi pecho. Cometer algún error y que ya no fuera digno y la alejara de mí, esa sí sería mi muerte.
Entonces, la puerta se abrió.
—¿Cómo estás, jefe? —La voz de Noah era seca, sin adornos.
Asentí con la cabeza.
—Podría estar peor.
Él se acercó, revisó el vendaje de mi mano sin pedir permiso. Siempre fue así: directo, eficiente, un maldito soldado.
—Le traje ropa limpia, como me pidió.
La tomé y me disponía a cambiarme cuando sen