SILVANO DE SANTIS
Mi hombro ardía por el rasguño de bala que Bastien me había provocado, pero eso no dolía tanto como lo que venía a continuación: mentirle a Anny. Fingir. Jugar el papel del héroe… cuando todo había sido una prueba.
La puerta metálica se abrió.
Dos hombres me señalaron la salida, besé la frente de Anny y la tomé en mis brazos.
La Van estaba lista, con el motor encendido.
Uno de ellos me lanzó una mirada de respeto—quizá lástima—y me murmuró al oído:
— Los dejaremos en el hospital. Y dejaremos la van abandonada en el estacionamiento subterráneo donde no hay cámaras.
Asentí. Me dolía el pecho.
Me dolía verla envuelta en esa farsa.
Pero era la única forma. Había pasado la prueba y ahora venía la prueba de silencio, y esa también la tenía que pasar si quería estar en paz con mi princesita.
Me subí con ella en mis brazos en la parte trasera de la van. Su rostro, aún hermoso dormido, tenía marcas de sus lágrimas al verme en peligro, le retiré un mechón de su cabello mientra