ADELINE DE FILIPPI
Después de estar un rato en el balcón, tomé a Lucien de la mano. Quería llevarlo a nuestro lugar favorito, ese rincón que guardaba nuestros recuerdos más antiguos.
—Ven —le susurré.
Él no hizo preguntas. Solo me siguió.
Caminamos por el jardín, cruzamos el pequeño seto y llegamos al rincón que el mundo había olvidado… pero que nosotros jamás dejamos de amar. Detrás de un rosal antiguo, entre enredaderas y unas luces colgantes ya viejas, estaba nuestra banca. Una pequeña estructura de madera, tallada por mi papá cuando yo tenía cuatro años. Allí jugábamos, allí soñábamos, allí nos prometimos cosas con meñiques y miradas. Lucien se detuvo, observando con los ojos entre sorprendidos y nostálgicos.
—No puedo creer que siga aquí… —murmuró.
—Papá jamás dejó que la sacaran. Dijo que era donde yo guardaba “el alma”.
Sonreímos. Me senté en la banca y Lucien se acomodó a mi lado. Habíamos crecido, ya no cabíamos con facilidad, pero aún entrábamos juntos. Nos miramos con compl