SILVANO DI SANTIS
La seguía a distancia. No sé en qué momento se volvió un hábito… pero ahí estaba yo.
Apoyado en una esquina de la salida lateral del cine, entre las sombras, mirando cómo se despedía de ese chico con una sonrisa dulce, y un beso en la mejilla.
Su risa aún me rebotaba en el pecho como un eco maldito. Pero cuando ví a ese hombre poner su chaqueta en ella mi corazón latió con rabia, solo apreté mis puños con ganas de alejarlo de Anny de un empujón. No quería que la tocara, que le sonriera, que respirara su aire.
Ella no me vio.
O eso creí… hasta que se giró.
Me vio. Me clavó la mirada.
Frunció el ceño. Pero luego como si entendiera que era producto de su imaginación se fue con ese hombre.
Los días pasaron y seguirla se transformó en un hábito, empecé a trabajar en la oficina de Addy para poder escuchar sus llamadas, ponía atención cuando ella llamaba avisando que llegaría tarde y así yo sabía dónde estaría exactamente, esperaba que dieran el horario de salida y tomaba