LUCIEN MORETTI
Pasaron los días.
Mamá mejoraba cada vez más, las risas volvieron a la casa, y con ellas… también lo hizo la rutina.
Addy volvió a la universidad.
Y yo… me aparecí el primer día.
Nadie me lo pidió. Nadie lo supo. Solo lo sentí.
Ella volvía a su mundo, y yo quería que su mundo supiera que no estaba sola.
Me paré en la entrada de la universidad. Camisa negra arremangada.
Pantalón del mismo tono. Reloj de acero en la muñeca.
Gafas oscuras. Y en la mano… una barrita de chocolate.
Su favorita.
Los estudiantes iban y venían. Muchos se detenían a mirarme.
Algunas chicas susurraban entre sí.
—¿Quién es ese?
—¿Nuevo profesor?
—¿Actor?
—¿Mmm… mafia italiana?
Yo no apartaba la mirada del portón.
Hasta que la vi.
Addy... Pelo suelto, mochila en un hombro, auriculares puestos… y ese andar de reina que heredó de su madre.
Quité las gafas. Y cuando ella me vio… sonrió.
El mundo entero desapareció.
Me acerqué un par de pasos. Le tendí la barrita de chocolate.
—Para que empieces el día