ADELINE
El motor ronroneaba bajo mis pies como una bestia amaestrada.
Lucien conducía con ese aire suyo… entre peligroso y perfecto.
Una mano en el volante, la otra tomando mi mano, como si recordarme que estaba ahí fuera necesario.
Yo no decía nada.
Porque no quería arruinar el momento con palabras que no alcanzaban a describir todo lo que sentía.
Mis flores iban en el asiento de atrás.
Mi sonrisa seguía en los labios. Y mi corazón… estaba bailando al ritmo de su respiración.
—¿Me vas a decir a dónde vamos? —pregunté finalmente, rompiendo el silencio.
Él sonrió.
Maldito.
Hermoso.
—Cita secreta, ¿recuerdas?
—Lucien…
—Confía en mí, Addy.
Lo hice. Siempre lo hacía.
Después de unos minutos, el auto se detuvo frente a un edificio antiguo, elegante, con columnas de mármol y balcones de hierro forjado. Pero no entramos por la puerta principal.
Me guió por un pasillo lateral.
Subimos por unas escaleras estrechas.
Y entonces…
abrió una puerta de madera tallada.
Detrás…
Una terraza.
Llena de l