KIARA DE SANTIS.
La luz que se filtraba por la cortina era suave.
Casi dorada.
El aire olía a él.
A sábanas limpias, a su piel, a calor humano.
Estaba entrelazada a Noah, como si mi cuerpo lo reconociera incluso dormido.
Su pecho era mi almohada.
Sus brazos, mi escudo.
Su respiración, mi arrullo.
Sonreí sin abrir los ojos.
Era la primera vez que amanecíamos así, sin culpa, sin miedo.
Después de amarnos… después de pertenecerle como nunca antes. Después de que él fue completamente mío.
Sus dedos dibujaban círculos lentos en mi espalda, apenas tocándome.
Como si confirmara que seguía allí.
Que no era un sueño.
—Estás despierto —murmuré, sin moverme.
—Hace rato —respondió con esa voz ronca que siempre me estremecía—. No podía dejar de mirarte.
Sonreí contra su piel.
—Eso suena un poco psicópata.
—Eso suena completamente enamorado —susurró, y sus labios rozaron mi hombro desnudo con una ternura que me desarmó.
Me giré apenas, sin salir de su abrazo, y vi su rostro.
Despeinado.
Los ojos su