Ahora sí… éramos uno.
KIARA DE SANTIS
El ascensor subía lento, como si el mundo quisiera alargar ese momento.
A mi lado, Noah tenía una mano apoyada en mi cintura, discreto pero firme.
Sabía que su departamento estaba vacío esa noche.
Mily se había ido a pasar el fin de semana con Paolo, y eso significaba algo muy claro:
Teníamos el lugar solo para nosotros solos y yo lo iba a aprovechar al máximo.
Entramos al departamento, y la luz suave del atardecer teñía todo de dorado.
Noah dejó las llaves en la entrada, se quitó la chaqueta y la colgó con esa precisión suya que tanto me encantaba. Luego se volvió hacia mí.
—¿Tienes hambre?
—¿Esa es una propuesta indecente o literal?
—Literal… por ahora —respondió, alzando una ceja.
Me reí como si no me deshiciera por dentro.
Verlo así, relajado, con esa mirada dulce que solo me dedicaba a mí, era suficiente para hacerme derretir.
Noah fue a la cocina y empezó a sacar cosas del refrigerador: pasta fresca, tomates, albahaca, aceite de oliva.
—¿Vas a cocinar tú?
—Claro.