AMELIA ALBERTI
Subía por el pasillo con la bandeja en las manos, temblorosa.
No había podido comer casi nada, pero el simple hecho de tener a Paolo vivo… era suficiente para obligarme a sonreír.
El hospital olía a desinfectante y a café recalentado, pero yo ya no lo notaba.
Lo único que quería era volver a su habitación, sentarme a su lado, y quedarme ahí.
Entonces lo vi.
Noah.
Salía de la habitación de Paolo, con las manos en los bolsillos y el rostro tan agotado como sereno.
No el Noah tenso de siempre.
No el que se interponía.
Otro Noah.
Nuestros ojos se encontraron.
Y sin decir una sola palabra, caminó hacia mí, yo dejé la bandeja en la silla de espera justo antes que que me abrazara con fuerza.
Sin reservas.
Sin condiciones.
Solo amor.
—Te amo, hermana —susurró contra mi cabello—. Eres mi vida. Eres lo único que tengo.
Ya no me voy a oponer a que estés con ese idiota.
Me congelé por un segundo…
Y luego el alma se me llenó de alegría, mis ojos empezaron a llenarse de lágrimas.
—