Después de mi encuentro con Lucien y Addy y ser descubierto no precisamente por matar a alguien, subí a mi habitación, me puse pijama y bajé nuevamente, Kitty no estaba así que fui por un café, necesitaba una dosis de realidad que me devolviera la dignidad que perdí cuando Addy se burló de haberme encontrado en mi incursión pasional. Al entrar mi hermosa mujer estaba ahí, con su bata de seda, revolviendo la leche como si no acabáramos de tener una noche digna de categoría restringida.
Me apoyé en el mesón, con los brazos cruzados.
Silencioso.
Ella me miró de reojo.
—¿Y esa cara?
—Nos pillaron.
—¿A quién mataste esta vez?
—No solo a mí, Nos. Tú y yo.
Kate se detuvo. Ladeó la cabeza.
—¿Nosotros?
—Sí.
En el despacho.
Cuando estábamos… “discutiendo con entusiasmo”.
Sus ojos se abrieron. Y luego… sonrió.
—¿Quién?
—Addy y Lucien.
Kate se llevó la mano a la boca para disimular la risa. Fracasó.
—¿Nos escucharon?
—Todo.
El preludio.
El intermedio.
El concierto completo.
Ella rió en silencio.