ANNELISSE DE FILIPPI
Sus ojos se abrieron despacio, aún pesados por la anestesia, pero ya sin el dolor punzante que los nublaba.
—Anny —murmuró, con la voz ronca.
—Aquí estoy —susurré, acercándome, sin poder borrar la sonrisa que se me había tatuado en el alma desde que despertó minutos atrás —. Aquí, amor. Y no me voy a ir.
Silvano me miró con la misma intensidad de siempre, pero más vulnerable. Más humano. Más real.
—¿Estás bien?
Asentí, acariciándole la mejilla.
—Sí, amor. Gracias a ti. Estuviste al borde de la muerte… pero volviste a mí.
No dije más. No hacía falta.
Me incliné sobre él y lo besé.
Su boca estaba seca, herida, pero el beso fue suave, lento, lleno de gratitud y promesas.
No me importó si había cables, vendas o tubos.
Besarlo era todo lo que necesitaba para volver a respirar.
—Gracias por volver —susurré contra sus labios—. Gracias por no dejarme sola.
—Nunca te dejaría.
Lo abracé un segundo más y me separé con una sonrisa.
—Voy a avisarles a los demás que despertaste