SILVANO DE SANTIS
La oscuridad era densa.
Silenciosa.
Como si el mundo se hubiera apagado por completo.
Por un instante pensé que estaba muerto.
Hasta que el dolor me habló.
Un ardor en el costado. Un pulso molesto en el brazo.
Y un cosquilleo… suave… cálido… entre mis dedos.
Mi cuerpo no podía moverse del todo, pero mis sentidos empezaban a despertar.
Y lo primero que sentí fue ella.
Su aroma.
Su mano entrelazada con la mía.
Abrí los ojos con dificultad. La luz me obligó a parpadear varias veces. El techo blanco. El zumbido de la máquina al lado. El susurro de los monitores.
Y ella.
Anny.
Dormida en una silla, con la cabeza recostada sobre mi cama.
Sus dedos aún tomaban los míos. Como si temiera que, si soltaba, yo desaparecería.
Vestía uno de esos trajes de hospital pero aun así se veía tan hermosa.
Su cabello desordenado, su rostro tenso incluso en sueño.
Había llorado.
Mucho.
Podía verlo en sus párpados hinchados, en la sombra bajo sus ojos.
Me costó mover la mano, pero lo hice.
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