ADELINE DE FILIPPI
Regresé a la oficina con una sonrisa en los labios. Habíamos quedado con Lucien en salir a tomarnos un café y un pastelito juntos. Sé que hay mucho trabajo, pero amo que Lucien nunca me diga que no, así como cuando éramos niños. Esa sensación de amor y equilibrio me acompañaba.
Abrí la puerta, y ahí estaba Silvano, como siempre, trabajando en silencio con su habitual perfección.
—Silvano, tendré que salir, no sé si vuelva.
—No hay problema. No hay nada urgente, pero sí algunos papeles que firmar. Los dejaré en su escritorio. Ah, dejó su celular. Llamó su hermanita. Dijo que le contestara, que debía decirle algo.
Miré mi celular y caminé a recogerlo.
—¿Tú contestaste? Mi hermana no habla italiano.
—Pero yo hablo español, además de inglés. Así que no fue un problema.
—Oh, gracias, Silvano. Me comunicaré con ella. Ahora me voy. Adiós, que tengas un buen día.
—Adiós, señorita.
Silvano volvió a sus tareas con naturalidad, pero yo… no pude evitar sonreír. Pensé en Anny y