ANNELISSE DE FILIPPI
Colgué la videollamada y me quedé mirando la pantalla en negro, con el corazón latiendo como si acabara de correr una maratón.
Me llevé una mano al pecho.
No entendía nada.
O quizás sí.
¿Quién era ese hombre?
¿Ese rostro perfecto? ¿Esa voz suave? ¿Esa sonrisa que parecía arrancada de una película de espías?
Tragué saliva.
Seguía muda. Literalmente no había dicho nada coherente. Me limité a asentir, tartamudear y colgar.
“¡Soy una idiota! Una tonta sin remedio”, pensé, cuando de repente…
—¿Qué te pasa? —preguntó Lucy, entrando a la habitación con su típica cara de "me perdí de algo".
La miré… y me dejé caer de espaldas sobre la cama, cubriéndome la cara con la almohada.
— ¡¡SOY UNA TONTAAAAA!!! ¡Lucy! ¡Creo que conocí al amor de mi vida… y NO DIJE UNA PALABRAAAAAA!
—¿Qué? —se rió, sentándose a mi lado—. ¿Qué estás diciendo?
Me giré hacia ella, con los ojos abiertos de par en par.
—Te juro que era como un dios griego en traje… y yo ahí… como un tomate mudo con Wi-