ADELINE DE FILIPPI
El rugido suave del jet privado de Lucien era casi como un susurro. Viajábamos solos, cómodos, con vista a las nubes y una mesa servida con fruta fresca, café y croissants de los que me gustaban. Lucien hojeaba una revista financiera, aunque sabía que solo lo hacía para fingir calma. Su mirada se deslizaba por las páginas sin realmente leerlas. Lo conocía demasiado bien.
Yo, en cambio, estaba recostada en el sillón junto a la ventana, repasando en mi mente la lista de regalos para los gemelos. Quería sorprenderlos, pero encontrar algo que emocionara a un par de adolescentes intensos no era tarea fácil. Faltaba poco para llegar. La ansiedad me bailaba en el estómago.
Fue entonces cuando Lucien cerró la revista y me miró, con esa sonrisa ladeada que siempre anunciaba problemas… o tentaciones.
—Princesita…
—¿Mmm?
—¿Crees que… tendremos que dormir separados en casa de tu padre?
Me giré hacia él, parpadeando, confundida.
—¿Qué?
—Digo… ahora que vamos a casa de tío Bastien