ADELINE DE FILIPPI
Había algo en su mirada que me decía que no todo estaba bien.
Lucien caminaba por la casa como si tuviera un peso sobre los hombros. Sus ojos miel, los mismos que tantas veces me llenaron de calma, ahora brillaban con un tono distinto. Furia contenida. Protección rabiosa.
Llevaba días en paz. Días donde reíamos con las chicas, donde Lucy y Agus llenaban el jardín de risas, donde por fin sentía que teníamos algo parecido a un hogar. Pero hoy… hoy, Lucien no era el mismo. Estaba tenso. En silencio. Como si llevara una tormenta bajo la piel.
Me acerqué a él después del almuerzo. Silvano lo había llamado y ambos se habían encerrado en el despacho sin decir palabra. Solo se limitaron a dar una mirada rápida a la mesa, y se fueron.
—Lucien… —le toqué el brazo antes que se fuera, pero él me miró con ternura y dolor.
—Volveré en un rato, amore. Solo es algo que tengo que revisar.
—¿Puedo acompañarte?
Negó con la cabeza.
—No por ahora.
Ese “por ahora” me desgarró un poco. Ha