LUCIEN MORETTI
La sala de reuniones estaba en silencio.
Demasiado silencio.
Paolo revisaba documentos clasificados. Joel tenía una tableta conectada al servidor interno, analizando posibles filtraciones. Silvano, de pie frente al ventanal, no decía una palabra, como si estuviera absorbiendo cada gota de la tensión que flotaba en el aire. Y Noah… bueno, Noah trabajaba sobre su tablet, sus dedos zigzagueaban sobre ella cada vez que fruncía el ceño. Quería aparentar que no le importaba lo que estaba pasando. Pero yo sabía que sí. Mucho.
El enemigo había enviado un mensaje. Literalmente, una cabeza en una caja.
Y no íbamos a quedarnos esperando el siguiente movimiento.
—Gracias por venir tan rápido —dije, apoyando ambas manos sobre la mesa—. Lo que les voy a pedir requiere no solo lealtad, sino absoluta discreción. Necesitamos ayuda externa.
Silvano me miró con atención.
—¿De quién hablas?
—De dos fantasmas del mundo digital —dije—. ShadowFox y Rosa Negra.
Joel dejó de escribir.
Noah l