PAOLO MORELOS
Estaba agotado. Quizás no debí moverme tanto después de salir del hospital.
Además, el momento con la hermana del jefe de Noah… bueno, llamémoslo un extra innecesario para mis niveles de paciencia. Kiara era un torbellino con cara de muñeca y lengua afilada. Pero su mirada no me importaba. No cuando tenía una certeza en la cabeza: quién era la mujer que amaba.
Subía a mi departamento con un ramito de tres girasoles para mi florecita. Cuando abrí la puerta…
La respiración se me detuvo.
—¿Mily?
Estaba ahí.
De pie en medio del living, con un florero colorido en una mano y una fotografía nuestra en la otra.
A su alrededor, sobre el aparador, la mesa, el sofá… las huellas de ella se expandían como una caricia hecha hogar.
Varios adornos nuevos sobre los muebles. Dos marcos con nuestras fotos en distintos rincones. Una frazada de esas suaves que a ella le encantaban, doblada sobre el sillón.
El aroma del lugar había cambiado. Olía a ella. A primavera, a ternura, a dulzura… a a