LUCIEN MORETTI
El cuerpo pesado de Gastón Santori cayó al suelo de piedra con un golpe sordo. Dos de nuestros hombres lo amarraron con cadenas gruesas, asegurando cada brazo y cada pierna hasta dejarlo inmóvil, como el animal que era. Jadeaba, escupiendo sangre, pero todavía tenía la desfachatez de mirar con soberbia.
Lo observé un segundo, con el frío en mis venas bien marcado. Este era el hombre que había condenado niños, que había matado a su propia esposa, que había convertido a sus hijos en piezas de su imperio podrido. El infierno que le esperaba no lo había imaginado ni en sus peores pesadillas.
La puerta chirrió detrás de mí. Y entonces entraron ellas.
Anny fue la primera, caminando con una calma aterradora, los ojos brillando como si estuviera en su elemento. Kiara la siguió, su sonrisa torcida anticipando el dolor que iba a causar. Y Marie… Marie tenía esa chispa peligrosa que tantas veces vi en su mirada, ahora convertida en fuego.
Detrás, Lucy y Addy se detuvieron en la en