Si hay una próxima vida, deseo que ella sea nuestra madre.
ARMAND SANTORI
La puerta de hierro se cerró con un chirrido pesado detrás de nosotros. Este calabozo no era como el otro: no había cadenas ni ratas, sino dos camas, un baño pequeño y un espacio lo bastante digno como para recordar que, aunque prisioneros, seguíamos vivos.
Michelle se dejó caer sobre la cama, el rostro hinchado por los golpes. Sus ojos azules, idénticos a los míos, brillaban de dolor. Tomé un paño húmedo y empecé a limpiar sus heridas, con movimientos lentos, intentando no lastimarlo más.
—¿Por qué lo hiciste? —mi voz salió rota, cargada de rabia y tristeza—. ¡Te dije que saldríamos de esto! No tenías por qué hacer esta estupidez… tomar a la hermana de Lucien fue una condena.
Michelle apretó los labios, su mirada clavada en el suelo. Finalmente habló, apenas un susurro:
—Estaba desesperado. Vi cómo papá te golpeaba, cómo te culpaba de todo… te iba a matar, Armand. Yo… no podía dejarte morir.
Se le quebró la voz. Levantó la vista, y en sus ojos vi el mismo miedo que nos