LUCIEN MORETTI
El olor a sangre y ácido llenaba la sala. El cuerpo de Gastón Santori, reducido a un muñeco grotesco, se agitaba en la mesa como un animal atrapado. Sus ojos desorbitados parecían implorar, pero ya no quedaba nadie que escuchara.
Anny se acercó con calma, levantando la mano de ese monstruo y tomando un bisturí.
—Creo que es hora de empezar con lo bueno… —dijo, mientras de un corte limpio le arrancaba uno de los dedos—. La primera botellita.
Marie asintió, tomando el control con una chispa cruel en la mirada.
—Con gusto.
Apretó el botón. Un grito ahogado brotó detrás de los labios cosidos de Gastón. Su costado se abrió con un estallido húmedo, y un chorro de ácido quemó la carne.
Marie rió, con un brillo sádico en los ojos.
—Ohhh… ¿dónde fue? —se inclinó, buscando con curiosidad—. Ahí está. La primera botellita lista.
—Vamos por la segunda —dijo Anny, con una calma intimidante.
Otro clic. Otro estallido dentro del cuerpo. Esta vez, la herida se abrió en su espalda, y el