ADELINE DE FILIPPI
Amanecía, y yo estaba envuelta en los brazos de Lucien. Me apretaba contra su pecho mientras dormía profundamente, tan cálido y seguro como siempre. El aroma a café recién hecho comenzó a colarse por la rendija de la puerta, despertando mis sentidos con suavidad. Empecé a removerme para liberarme de sus brazos, deseando una taza caliente entre las manos, pero él me atrapó con sus brazos como si supiera exactamente lo que estaba intentando hacer.
Sonreí, y rocé sus labios con un beso en el cuello.
—¿Dónde cree que va la señorita que se está escapando de mis brazos?
—A buscar una taza de café. ¿No lo hueles? Huele delicioso —murmuré, sin poder evitar sonreír.
—Mmm, tienes razón. Pero antes me debes un beso por intentar escaparte.
—¿Y tú? ¿Cuántos besos me debes tú por escaparte a altas horas de la noche y regresar herido a las cinco de la mañana?
—Touché. Jaque mate... aunque aún así, me lo cobro.
Lucien subió sobre mí y me besó con esa pasión que solo él puede demostr