CARLA MORELOS
Me miré en el espejo antes de salir de mi habitación. Tenía el cabello aún húmedo, el rostro encendido, y la piel todavía me ardía como si Damian me hubiera tatuado con sus manos. Me mordí el labio. Cálmate, Carla, me dije. Afuera todos estaban despiertos, trabajando para la guerra, y lo último que necesitaba era que alguien notara… esto.
Cerré la puerta con cuidado —con seguro, esta vez; aprendí la lección— y caminé por el pasillo rumbo a la cocina. Necesitaba café, azúcar y algo de aire.
Apenas doblé la esquina, las vi. Marie y Anny. Una con los brazos cruzados y la ceja arqueada, la otra con esa sonrisa de diablilla que nunca augura nada bueno. Me congelé.
—Bueno, bueno… —canturreó Anny, acercándose—. Miren quién aparece radiante esta mañana.
—Radiante y nerviosa —añadió Marie, sin apartar los ojos de mí—. Como si hubiera tenido una noche de pasión oculta… y la hubieran descubierto.
Tragué saliva y traté de mantener la compostura.
—¿Pasa algo?
Marie sonrió de lado.
—J