NOAH ALBERTI
—Objetivo a la vista. Entrada norte despejada. Francotirador en posición.
La voz sonó nítida por el auricular. Miré el reloj. Todo estaba según lo planeado. O al menos, eso parecía.
Excepto por una cosa.
O mejor dicho… por una persona.
—¿Dónde está Paolo? —pregunté al equipo por tercera vez.
—No vino —respondió Román desde la furgoneta—. Hoy estoy al mando yo.
Fruncí el ceño. No me gustaba.
No porque Román no supiera lo que hacía, sino porque Paolo siempre estaba.
Siempre llegaba antes, revisaba todo dos veces, y tenía planes de respaldo para los planes de respaldo.
—Román —dije con tono bajo—. ¿Qué pasó? ¿Está enfermo?
Hubo un silencio breve en la línea.
Demasiado breve como para ser normal.
—No está en condiciones —respondió al fin, casi como si no quisiera decirlo.
—¿Qué significa eso?
—Desde hace un par de días… no ha venido a trabajar. No contesta el celular. Me enviaron a buscarlos a su departamento esta noche pero estaba y no quiso salir.
Me detuve.
—¿Cuántos días