PAOLO MORELOS
Manejé con una sonrisa en los labios. Había dormido con decenas de mujeres a lo largo de mi vida, pero Mily… oh, Mily era especial. Cada caricia, cada beso electrificaba mi cuerpo y me hacía desear más y más. Saber que era tan activa como yo, me voló la cabeza. Mi abuela decía: “Las calladitas son las peores”, ¿quién iba a imaginar que debajo de esas mejillas sonrojadas cada vez que le decía algo lindo se escondía una fiera insaciable? Este fue el mejor día de mi vida.
En poco tiempo llegué al departamento de Silvano y toqué el timbre. Noah me abrió con la misma cara de pocos amigos de siempre.
—Hola, cariño… ¿me extrañaste?
—Pensé que ahora que estabas enamorado terminarían tus mariconadas.
—¿Qué pasa, amor? ¿Celoso?
Miré a mi alrededor. Era un departamento tres o cuatro veces más grande que el mío.
—Amor, ¿y las velas? ¿Y el champán? Pensé que me invitarías a una cena a la luz de las velas.
Me tiró una cerveza que casi me da en la cara, si no fuera por mis reflejos.
—D